CAPÍTULO 1
¿Grafiti o Graffiti?
De nosotros han dicho que somos una tribu urbana, una banda, ninis, delincuentes, sinvergüenzas, poetas urbanos, artistas o incomprendidos. ¿Qué somos?
No somos nada y lo somos todo. El graffiti es el movimiento que más tribus urbanas, más bandas, más ninis, más delincuentes, más sinvergüenzas, más poetas urbanos, más artistas y más incomprendidos tiene dentro. Traspasa todas las circunstancias y clases sociales. ¿Cómo es posible? Es sencillo: el graffiti nos hace sentir vivos, nos llena, nos ha dado la paz —también la guerra—, nos ha ayudado a salir de las depresiones y nos ha dado a la familia que se elige, los amigos.
Todos conocemos a un escritor pijo, a un heavy, a un deportista, a un drogadicto, a un universitario, a uno muy viejo y a uno muy joven. A todos los une lo mismo: los trazos con spray en cualquier tipo de superficie.
Hay distintas corrientes y las escritoras y escritores suelen pertenecer a más de una: están la corriente old school, la de los artistas, la de los vándalos, la de los treneros y la de las niñas y niños que empiezan a pintar. ¿Cómo los unificamos a todos? Simplemente con una palabra que llevamos escribiendo mal desde que los pioneros del movimiento comenzaron la cultura: «graffiti».
La palabra «graffiti» nunca se ha recogido en un diccionario castellano, aunque con los años se aceptó «grafiti», con una sola f. Es una palabra que proviene del italiano y que otras lenguas como el inglés han ido aceptando e integrando en su diccionario. Se puede decir que el castellano es la gran excepción, cosa que a los escritores de graffiti nos ha dado igual; siempre hemos utilizado la forma escrita por la que se nos conoce en todo el mundo: graffiti. Puedo afirmar, entonces, que este libro está lleno de faltas de ortografía, pero muy cerca de la cultura que ha hecho posible todas y cada una de estas páginas.
CAPÍTULO 2
Dos mil cuatro
Siempre he tenido la duda: ¿mi primera firma fue en 2003 o en 2004? Sé en qué curso académico me encontraba por aquel entonces, pero haberlo repetido por los malos resultados obtenidos me crea esa duda: ¿fue durante mi primer curso o en el que repetí?
Tenía conocidos que pintaban. Uno era el Kare, otro el Jime y otro el Hache. Los dos últimos eran los que mejor pintaban del barrio y formaban el grupo LEA CREW. Eran unos chicos que iban a Las Franciscanas, el colegio de monjas del barrio. No solo hacían firmas y piezas, también hacían murales. Mi conocimiento sobre graffiti era muy limitado, pero para mí ya merecían el máximo respeto.
Con el primero de mis conocidos, el Kare, que era mi vecino, iba y volvía del colegio. Era un trayecto de un kilómetro y así no nos aburríamos por el camino. Todas las mañanas bajaba un rotulador muy gordo con el que hacía sus firmas. Yo las miraba sin entender la necesidad de andar manchando nada. Una tarde, cuando volvíamos a casa, nos paró otro graffitero que llevaba más tiempo pintando: el Suil, de los DDM (Dioses del Montana). En esa reunión improvisada ofreció a Kare ser parte de su grupo. Me preguntó por mi firma y le respondí que yo no pintaba, le di mi nombre de pila. No me sentí cómodo; yo también quería tener un mote y ser graffitero. Para chulo yo.
Pocas horas después fui a buscar a Nacho y a David, más pequeños que yo, y les conté mi plan: ir a robar unos rotuladores para comenzar a elaborar nuestras firmas sobre alguna superficie que luego buscásemos. Así fue. Entre los tres conseguimos varios colores y, en unos cartones, empezamos a inventarnos firmas, a crear formas y a ensayar letras. Ahí nació Zoan, en unos cartones de la basura con rotuladores robados del chino. Nuestro siguiente plan era pintar las paredes.
La mañana siguiente, mientras bajaba al colegio con Kare, le conté que ahora era Zoan, le pedí el rotulador para hacer una firma y, al realizarla, se rió de mí. Yo la vi cojonuda, él me dijo que era una basura. Normal, no llevaba ni veinticuatro horas en el graffiti. Desde aquel entonces, destrocé mis cuadernos a firmas.
Ese fin de semana creé una cuenta de Hotmail para que mi Messenger luciera a la moda graffitera. Le dije a todos mis contactos que ahora me dedicaba a hacer pintadas, al igual que los más populares del colegio. Buscando en la red, encontré un lugar llamado IRC Chat donde, en el canal «Graffiti», hablé con Pastron 7, Suis, Suso 33, Max 501, Remebe, Shat 2 y Tag. Ellos me dijeron que eran de la vieja escuela. No sabía bien qué significaba eso, pero presumí del hecho de haber hablado con graffiteros muy conocidos a través de la red. También estaba Zoer (más tarde Z.Rock), que aunque era más joven pintaba con ellos muy a menudo.
Durante los siguientes meses me documenté sobre el graffiti. Leí que los vieja escuela tenían un estilo propio que se dominaba «flechero» y que pertenecían a la generación que comenzó el graffiti en Madrid, la del Muelle. Me compraba de manera periódica la Hip Flow, una revista de hip hop y graffiti que costaba menos de 2 € y la Hip Hop Nation, que costaba 4,95 € y traía un CD.
Ya tenía una base sólida sobre graffiti y hip hop y empecé a realizar las firmas con spray. Evidentemente, los primeros botes fueron Pintyplus® del chino, unos comprados y otros robados. Di el salto a los Montana Hardcore que vendía el Goofy a 2 € en AE Shop (Auténtico Estilete) cerca de la parada de metro Tribunal, en pleno Malasaña. Cada cinco sprays que comprabas, te regalaba uno. Seis botes a 10 €, más barato que pintar con Pintyplus®, que costaban 1,80 € y, además, tenían la mitad de capacidad.
Me integré en una crew, los VPC (Vamos, pintamos y corremos). Fueron dos años intensos en los que dimos el salto a los palancazos, y el grupo se dividió en dos: los que tenían miedo de pintar trenes y los que no teníamos miedo a nada. Nos hicimos relativamente conocidos por lo quemas que éramos, no llevábamos ni dos años pintando y ya habíamos recorrido mucho.
Y esos fueron mis comienzos. Hubo muchas batallas por aquel entonces, pero con demasiada poca chicha. Hicimos todo lo que nos gustaba, cambiamos ligar por pintar, perfumes por sprays y botellones por palancazos. Algún graffiti del año 2003 se conserva aún.
CAPÍTULO 3
No conocí a Remebe
Desde que chateé con Remebe, llené mis cuadernos de firmas suyas. Imitaba a diario sus grosores y diría que, hoy en día, puedo reproducir uno y no sabríais que no ha sido él. Desde aquí le lanzo un mensaje: si algún día quiere un doble de acción, estoy disponible.
Recuerdo que me comentó que aparecía en un vídeo dentro del recopilatorio Esencia Hip Hop. Creo que fue la única compra que me ha concedido mi padre; quizá cobró la paga de verano el día anterior y le pillaba, entonces, de subidón. Estábamos en Alicante de vacaciones y lo convencí para ir a la sección de CD de El Corte Inglés. Mientras pagaba el dineral que costaba el recopilatorio nacional, mi padre le decía a la dependienta: «Como en estos CD aparezcan delincuentes y mariconadas, te lo traigo y te lo meto por el culo». Nada nuevo en la oficina.
No tuve ocasión de visualizar las imágenes hasta llegar a Madrid. Lo primero que hice fue reproducir la parte de graffiti, donde aparecía Remebe acompañado de más «flecheros» y donde la policía les requería la documentación por estar realizando acciones de dudoso encaje en la ley.
Fui al chat de inmediato y abrí conversación:
—Oye, tío, ¿qué os hicieron? ¿Os multaron? ¿Por qué no corristeis? Qué huevos tenéis.
Su respuesta fue contundente:
—A los polis no le gusta que les hagan correr, lo mejor es ir de buenas.
Para mí esa respuesta sentó cátedra, tomé como mías sus palabras y, cada vez que surgía una conversación sobre la policía en mi grupo de amigos, las repetía: A los policías no les gusta que les hagan correr, tío.
En esa época soñábamos con pintar nuestro primer mural. Encontramos una pared que podíamos blanquear y nos organizamos para reunir el dinero y comprar la pintura plástica, el tinte, el rodillo y nuestros sprays. El fondo iba a ser rosa.
Quedamos un domingo por la mañana y el Tilone, el Steal y yo comenzamos a blanquear (rosear) el muro. Dejamos los coches adyacentes con unos goterones importantes. Recuerdo que un propietario se acercó a tapar su parabrisas con un cartón. Pobre, qué buena persona, ni siquiera nos echó nada en cara.
Por el final de la calle apareció un coche de Policía Municipal y todos los chavales echaron a correr. ¿Qué hice yo? Me quedé parado porque estaba acojonado, no me atreví a correr. Tampoco ocurrió nada: una vez me interceptaron, me llevaron a casa y no cursaron ninguna sanción, ya que tan solo habíamos pintado de rosa un muro que, antes de nuestra acción, permanecía de un triste color gris. ¿Qué dijeron mis amigos de mí?:
—El Zoan no ha corrido por que se lo ha dicho el Remebe.
Esa fue mi etiqueta durante varios años.
Yo siempre quise una camiseta con un grosor suyo y recuerdo que, una vez reuní los doce euros que cobraba por ellas, le escribí para quedar y que me la vendiera. Me citó una tarde a las cinco en la estación de Méndez Álvaro. A mí me era imposible acudir, salía a esa hora del colegio y tardaba cuarenta y cinco minutos hasta la ubicación; sin embargo, para no quedar mal le dije:
—Sin problema.
Pensé en hacer pellas, pero iba a un colegio de monjas —de esos a los que te manda la Consejería de Educación cuando algo va mal en tu expediente— y, de faltar una tarde, se enteraría hasta el presidente del Gobierno. Yo lo intenté, aunque no me atreví; no era capaz de correr de un coche de Policía que se acercaba a diez kilómetros por hora desde trescientos metros, no iba a ser capaz de faltar al colegio sin permiso. No aparecí en mi cita con Remebe. A él se la sudaría por doce míseros euros, pero yo fallé a mi ídolo.
Seguía queriendo la camiseta con el grosor, tenía los doce euros guardados y, de verdad, no os hacéis una idea de lo que eran para mí doce euros. Nunca tuve una paga y nunca tuve una abuela que me diera billetes a escondidas. Sí que es verdad que mi abuela alguna moneda me daba sin que se enterase mi madre, pero no daba para ahorrar, no era gran cosa. Gracias, abuela.
Escribí a Remebe con la cabeza agachada:
—Perdóname, te he fallado. ¿Podemos volver a quedar? ¿Es posible que te acerques a la Repsol (ahora Cepsa) de la Carretera de Extremadura el viernes a las seis, la primera que hay nada más salir del nuevo túnel que han construido en la avenida de Portugal?
—Si puedo voy, pero no lo sé seguro.
Yo me lo tomé como un «He vuelto a quedar con el Remebe». Cité a todo mi grupo, quería que viesen cómo mi ídolo acudía al barrio para citarse conmigo. Como si quedase con un colega. También se lo conté a mi padre, yo estaba de pleno subidón y no caí en que tenía quince años y que quedar con un señor de treinta y tres en una gasolinera iba a causarle temor.
Fuimos veinte niños que no superábamos los quince años, todos raperos, todos esperando poder poner cara a Remebe, todos confiando en mí y todos con un rotulador y un papel donde recibir el autógrafo.
Remebe no llegaba, menuda decepción; la mía personal y la de mis amigos, que pensaban que les había engañado. De pronto, comienzo a mirar hacia todas las esquinas de la gasolinera pensando que mi ídolo podía estar ahí, dentro de su coche, y ¿sabéis lo que veo? A mi padre, en el Ibiza de mi hermano, vigilándome. No le pareció buena idea que quedase con un señor dieciocho años mayor que yo. Cuando vio que le miré, bajó del coche, me metió una colleja y me llevó a casa. No salí en todo el fin de semana.
Un año después, en el primer local de Entik, encontré camisetas del Remebe. Corría el año 2007 y yo ya no estaba en la onda de años atrás. Tenía algo más de dinero y me podía permitir comprar la camiseta, pero en esos tiempos empecé a pintar mucho y cualquier céntimo invertido en algo que no fuesen sprays era una locura. Recuerdo, además, que a Entik íbamos el Buse y yo a vender rotuladores que robábamos en El Corte Inglés.
No conocí a Remebe cuando más ganas tenía, pero en 2008 acudí a un evento de graffiti en el que él participaba en Alcobendas o San Sebastián de los Reyes —ya no lo recuerdo. Y ahí lo vi por primera vez. No le dije que era yo, de mí ni se acordaría, aunque sí que me encargué de dejar firmas a cada paso que daba para que se fijase en ellas y pensara: «Este era el que me daba la turra por Messenger».
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