CAPÍTULO 1

CUANDO YO EMPECÉ

Cuando empecé en esto del graffiti era principios de los 2000. Tenía aproximadamente once años, estaba en quinto de primaria, era un niño feliz y bonachón que se dedicaba a ir al colegio, aprender y jugar. Pero de repente, un día, toda esa vida normal que suele tener cualquier niño cambió; todo empezó poco después de que mi madre falleciera por culpa del cáncer. El graffiti fue para mí una salida, una vía de escape donde podía olvidarme de que mi madre ya no estaba conmigo, una forma de refugiarme en algo que no me faltara o se fuera de repente. Encontré una manera de desahogarme y de expresar lo que sentía en ese momento. Mi padre, luchador donde los haya, consiguió desde vivir de pequeño con su abuela en una portería y bañarse con un barreño porque no había ducha, hasta tener una empresa con muchos empleados a su cargo. Un ejemplo a seguir, además de ser un currante del copón, es pianista, todo un amante de la música. Compraba discos y partituras con las que luego ensayaba, probaba y mezclaba. Siempre ha estado en constante aprendizaje y evolución en el mundo de la música. A veces le compraba algún disco pirata a un hombre llamado Ibrahim, cuando los discos se compraban en pesetas. Cada disco, si no me equivoco, lo vendía aproximadamente a mil pesetas. Ibrahim se pasaba siempre por todos los restaurantes de la zona, cerca de donde vivíamos. Un día apareció Ibrahim en un bar donde estábamos desayunando, nos saludó con cariño y nos mostró, como siempre, los discos que tenía para vender. En ese momento fue cuando el hip-hop vino a mí: vi un disco de 50 Cent, el de Curtis exactamente, cuya portada me gustaba mucho y llamó muchísimo mi atención. Le pedí a mi padre si podía comprármelo y me dijo que sí. Recuerdo que cuando puse el disco en mi discman, desde el primer segundo en que empezó a sonar fue como encontrar un mundo nuevo, algo que nunca había escuchado antes. Venía de escuchar pop, temas que sonaban en la radio, música disco, lo que la mayoría de la gente solía escuchar, y esto fue como una explosión cerebral. Recuerdo que lo escuchaba día y noche, antes de ir al colegio, al salir; el discman echaba fuego. Al poco tiempo me di cuenta de que eso era rap, era hip-hop y me encantaba. Acompañando a mi padre a una tienda de vinilos del centro de Madrid, vi en la sección de rap un disco de Ariadna Puello (7 Razones) y lo compré. Al escuchar ese disco en castellano, en mi idioma, entendí lo que era el rap, el hip-hop en castellano, las rimas, el flow, el estilo... Empecé a escuchar a otros MCs como Nach, ZPU, Tres Monos, Morodo, Zenit, Duo Kie, SFDK, etc. Al poco tiempo de adentrarme en la movida, conocí el graffiti gracias a una revista de la Hipflow, que compré porque en la portada salía Nach con un póster. En las últimas páginas vi que aparecían graffitis y fue una pieza en particular la que me enamoró, me dije, «me encantaría hacer esto». Me enamoré de ello y cada vez estaba más dentro de la movida. Me acuerdo que también me gustaban mucho las piezas de un escritor llamado Kies, me encantaban los piezones que hacía, su forma de mezclar los colores en sus obras y la manera de hacer bailar las letras en la pared. Y empecé a probar, a hacer mis primeros tags. La primera firma que tuve era ANX; firmaba cerca de mi casa, cerca del instituto, en algún paseo largo que me daba, con rotuladores Edding de la papelería y algún spray Pinti Plus del chino. Había un chico que iba a mi clase, Carlos Eloy, que era mi mejor amigo en ese entonces, éramos uña y carne y al final, sin querer, eso se le pegó un poquito y nos echamos unas cuantas firmas juntos. Fue muy bonito, la verdad. Todo esto fue en sexto de primaria. Al acabar el verano y empezar primero de la ESO, él se fue a otro instituto y yo me quedé en el de mi zona, que era el instituto público más conocido y al que todo el mundo solía ir, y nuestros caminos se separaron. Pasaron pocas semanas de ese primer curso de la ESO cuando localicé a dos personas en mi clase que pintaban graffiti. Ellos solían hacer bocetos completos siempre que los profesores no les veían en clase, utilizaban lapicero o bolígrafo para después repasarlos con rotulador negro y darles con ello un mejor acabado. Me acuerdo sobre todo de un chico que se llamaba Carlos Maldini, firmaba como CARL. Con ese chico fue con quien empecé a hacer mis primeros bocetos a lápiz. No se le daba nada mal, aunque nunca le vi darle caña con el spray, pero boceteando tenía buenas letras y aprendía de él cada día que iba a clase. En el recreo nos juntábamos, casi sin querer, todos los raperos y graffiteros, todos los que teníamos algo que ver con el hip-hop, nos juntábamos de manera natural. Éramos unos doce en total, pero ahí estábamos, con nuestros pantalones anchos Evisu, nuestras camisetas Ecko Unltd y nuestros blackbooks con bocetos arrugados. La mayoría de ellos había repetido curso o eran de un curso o dos más mayores, yo era el más pequeño de todos. Dos chicos latinos, que ya tenían más nivel de graffiti, uno llamado Eldara, pero los vi poco tiempo por el instituto; los expulsaron porque hicieron una liada gordísima. Se colaron por la noche al instituto, rompieron más una veintena de persianas de las aulas, firmaron con spray las pizarras, rompieron la barbaridad de ciento noventa y tres taquillas, hicieron una pieza en el patio que decía Fuck the System y se cagaron, literalmente, en el despacho del director. Al día siguiente se supo que eran ellos, los expulsaron y nunca más volví a saber de ellos. Y así es como empecé a hacer mis primeros bocetos y mis primeras firmas.

CAPÍTULO 2

OBSESIÓN

Como indica el título del capítulo, me obsesioné. Me encerré en el graffiti y en el rap, era el único sitio donde me sentía cómodo. Iba de camino a clase escuchando rap, volvía en el autobús igual, escuchando rap y viendo imágenes de piezones en las revistas. Volvía a casa y no hacía otra cosa que bocetear; me iba a pasear y hacía firmas en otras zonas, cerca y lejos de mi casa. Escribía letras sobre lo que pensaba en ese momento de mi vida: admiración por escritores y MCs, sentimientos por la chica que me gustaba, cosas que veía y me daban qué pensar. Me metí en un bucle de emociones y aprendizaje continuo. La muerte de un familiar tan importante como una madre o un padre, para un chico o chica de diez u once años, es algo muy duro. Al menos, yo lo veo así. Bueno... Empecé a hacer mis primeros muros en un puente de piedra que estaba muy cerca de mi casa. Ahí fue donde hice mis primeras piezas (con cuatro o cinco sprays en total), lo que para ese momento de mi vida ya era algo increíble. La sensación al pintar esas primeras piezas es algo que no olvidaré nunca; era difícil de explicar. Era todo nuevo: los olores, el tacto del spray, la pared, la idea, y no importaba nada más que solo sentir y seguir con ello. Empecé a buscar más sitios para hacer murales. Había un lugar muy conocido cerca donde yo vivía, que se llamaba El Matadero (era un antiguo matadero de ganado). Si eres de Madrid, te sonará; lo conoces. Frecuentaba ese lugar pero conocí, además, otras construcciones abandonadas que buscaba para hacer allí mis primeras piezas. Esa obsesión o desahogo continuo, pasión desmedida (llamémoslo como queráis), por inercia, me hizo desconcentrarme un poco en los estudios y llevar una vida un tanto distinta a la que la inmensa mayoría de chicos o chicas de mi edad solían llevar. Había más gente que pintaba en el instituto, o en otros institutos del barrio, y porque este salía con esta chica o porque aquel iba al mismo equipo de baloncesto que el otro, empezábamos a conectar unos con otros. Empezamos también a hacer nuestras primeras autopistas. Cogíamos tres autobuses distintos para llegar a la autopista que queríamos pintar y luego nos tirábamos toda la noche pintando hasta las siete de la mañana. Veíamos el amanecer y volvíamos a casa de nuevo en autobús, con las manos llenas de pintura, sin ningún spray, con un sueño del carajo y con ganas de coger la cama a más no poder. Fue una época muy bonita porque fue de las primeras veces que pintaba una autopista, pintaba mis primeros muros. Pero también fue una época un tanto complicada, porque mi obsesión era tal que afectó, como he dicho anteriormente, mis estudios y el trato con mi familia. A día de hoy no me arrepiento de nada, pero a veces me pregunto qué hubiera sido de mí si hubiera elegido una vida más normal. Recuerdo que la pintura la compraba en una tienda cerca de mi zona en Móstoles, una tienda de pinturas que también vendía Montanas; se llamaba Pinturas Iker. Hasta que un amigo mío de la zona centro de Madrid me dijo que había unas tiendas de hip-hop y graffiti guapísimas, y que tenía que ir con él a comprar pintura, porque él solía ir habitualmente allí.

CAPÍTULO 3

TRIBURBANA Y WORLDWIDE

Los tiempos de ir a las tiendas del centro de Madrid marcaron un antes y un después para mí. Fue como encontrar los pilares del hip-hop, lugares donde aprender y empaparse de la movida a más no poder. La primera de todas estas tiendas de graffiti o hip-hop que conocí en la zona centro fue Worldwide Shop, que hoy en día es Writers Madrid. Estaba situada en la calle Estrella, entre Plaza España y Callao. Cuando entré, flipé en colores. Lo que más me marcó en esa tienda fueron las gorras que hacía un escritor que colaboraba con la tienda, que al tiempo supe que era Mets o Crime. Hacía gorras personalizadas guapísimas, con letrones y el nombre de este o del otro. Un amigo mío, al que le gustaba mucho el rap, me dijo que si lo acompañaba a Triburbana, una tienda ubicada muy cerca de la Plaza Mayor (hoy convertida en tienda de alimentación). También había otra tienda muy cerca de Triburbana que era de ropa de skate y tenían mucha ropa de la cultura hip-hop, aunque no me acuerdo del nombre exactamente. Triburbana me marcó muchísimo. Siempre que iba, me solían atender dos personas a las que les tengo mucho respeto y admiración, dos graffiteros: uno es Jeosm y el otro es Thor, ambos de la crew de los DKB. Más tarde también trabajaron durante unos cuantos años en la tienda de Montana de la calle Montera. Ellos siempre me trataron muy bien, siempre me aconsejaban e intentaban ayudarme. Desde aquí les mando un saludo enorme de mi parte. Los tiempos de mi padre y la relación con mi madre tras su fallecimiento marcaron la vida familiar. Con el tiempo, conocí nuevos lazos con otros escritores de graffiti y mis hermanastros me presentaron a sus amigos del barrio donde vivían, como Luis Chico, con el que hice muchas migas y nos hicimos muy buenos colegas. En uno de estos viajes a Córdoba, le dije a mi amigo Luis de hacer unas firmas. Me acuerdo que compré dos sprays en una tienda que también me marcó mucho, se llamaba Freestyle, era la tienda de hip-hop de Córdoba. Esperamos a que se hiciera de noche, nos fuimos a hacer unas firmas por la zona, todo iba bien, una firma aquí, otra firma allá. Ya volviendo al barrio para ir a dormir, no miramos bien la pared que firmamos, pero se quedó como estaba anteriormente.

Portada del libro Desde que todo es posible

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